La mata de zapallo
El año pasado nació en el patio delantero de mi casa una pequeña plantita de zapallo. Como buen hijo de campesino, criado en el campo hasta los quince años, dejé que la mata creciera y diera sus frutos. Con los meses se tomó casi todo el patio, mientras sus hojas rebosantes hacían suponer que la cosecha sería abundante. Cuando le llegó el tiempo de su madurez, contemplé unas robustas flores amarillas, pero me decepcionó que ninguna de ellas cuajó frutos. La dejé un tiempo más y al no ver resultados, decidí arrancarla de raíz y depositarla en el patio trasero con el fin de que se convirtiera en abono natural.
Una tarde, después de varias semanas, me asomé por la ventana de mi habitación y para mi sorpresa, pude ver que la planta estaba verde. Salí de la casa y observé que se había enraizado y volvía a vivir. Pero la mayor sorpresa fue que al cabo de un tiempo volvió a florecer y entonces sí dio una cosecha abundante. Luego de ello, me acerqué y le hice esta pregunta: ¿por qué motivos no quiso dar frutos cuando estaba a la vista? Luego, sentí que la planta me hablaba de la siguiente manera:
“Así como tú te sientes atrapado, incómodo, extraño en la ciudad, también me sentía yo al estar a la vista de todo el mundo. Estás rodeado de personas desconocidas, de autos, de contaminación y te sientes asfixiado. Te miran y te juzgan por tus apariencias y no te dejar ser tú mismo. Luego que estuve en la parte trasera de la casa, donde todo es más tranquilo, me sentí como en casa. Allí dialogaba con algunos batracios que me limpiaban de insectos y plagas, podía respirar el aire fresco de la tarde y disfrutaba de la sinfonía de seres nocturnos. Tú has pasado la mitad de tu vida en el campo y la última mitad en la ciudad. Cuando me miras, te miras a ti mismo. Cuando me sientes, te sientes a ti mismo. Sientes que necesitas estar en sintonía con los demás seres de este planeta”.
Escatología
- Hijo mío, hermano mío, lo siento. Lo siento mucho. Ese pequeño temblor que acabas de experimentar es sólo una resonancia de mis hondos dolores, de mis sufrimientos respecto a todo lo que pasa en mis espacios.
- No entiendo nada, fue mi ignorante respuesta.
- Lo que pasa es que en este preciso momento, a millones de kilómetros de aquí, mi cuerpo ha tenido una gran convulsión. Y me entristece que muchas personas, animales, plantas y microorganismos han sufrido duras consecuencias.
- Sí, escuché que hubo un maremoto en tierras lejanas, un tsunami.
- Claro, para ti son tierras lejanas. ¿Pero no te has dado cuenta aún de la interrelación que existe en cada sitio del universo? ¿No ves que lo que te ocurre a ti, resuena al otro lado del mundo?
- Bueno, es que miraba la tierra como algo tan inmenso y pensaba si algo ocurría en otros sitios no tenía que ver conmigo.
- Te voy a contar un poco de mi vida para que veas por qué me preocupo ahora. Por siglos y siglos he vivido de convulsiones y revoluciones tanto a mí alrededor como dentro de mis entrañas. He sobrevivido a la entropía del universo. En los últimos millones de años pude mantener un ambiente propicio para la vida y qué lindo fue ver cómo desde las bacterias más simples se desarrollaron distintas criaturas y que con el paso del tiempo se convirtieron en seres más complejos. Lo más hermoso de todo fue que en los últimos milenios apareció la especie más desarrollada de todas: el ser humano; tú, hijo mío, hermano mío y todos los demás humanos. Ustedes pudieron relacionarse, reflexionar sobre sus acciones, planificar sus formas de vivir, crear instrumentos para hacer más cómoda la vida; actividades que ningún otro ser ha podido realizar hasta hoy.
- Sí, es sorprendente cómo hemos podido llegar a dominar todas las cosas de este mundo hasta encumbrarnos en el sitio que hoy estamos.
- Cuidado con esas reflexiones, que pueden llegar a ser desastrosas. Y de hecho ese pensamiento es el que ha provocado mi destrucción. Sé que en tu Biblia hay un relato donde se habla del mandato divino de que el hombre debe someterme y estar por encima de toda criatura (Génesis 1, 28). Pero se han olvidado del otro relato, anterior por cierto, de un jardín en el que Dios los colocó para que cuidaran y cultivaran las plantas y los animales que Él les había entregado (Génesis 2, 15).
- Por mucho tiempo, los humanos estuvieron en sintonía conmigo. Había cierto grado de armonía que nos permitió evolucionar y crecer en conjunto. Me henchía de gozo cuando escuchaba las melodías que salían de sus labios y de sus instrumentos musicales; disfrutaba cuando seguían el ritmo de las estaciones para el cultivo de sus alimentos y cuando platicaban conmigo para agradecerme por las cosechas abundantes. Yo respiraba hondo y les enviaba mi suave brisa para refrescar cuando los rayos del sol eran muy fuertes; preparaba la lluvia para darle vida a sus vidas; dejaba que mis valles y montañas le proporcionaran el alimento más saludable y variado.
- Pero llegó un tiempo en el que ya no me escucharon. Comenzaron a crear unas extrañas filosofías en las que me fueron matando poco a poco. Si antes me consideraban madre y hermana, luego me consideraron un objeto, para exprimirme, para explotarme, para sacarme todas las riquezas que por siglos había ido compartiendo con ustedes. Construyeron máquinas que necesitaban de mi sangre y rápidamente me han ido dejando sin aliento.
- Nunca como antes había perdido tanta energía. Si antes ocurría un desequilibrio, tenía las fuerzas suficientes para regenerarme. Pero ahora veo el peligro de no poder recuperarme. Me han quitado como aves de rapiña el manto de los árboles que cubría mi espalda; se han aglomerado en las ciudades causando muchos desórdenes de contaminación, violencias y demás males; han cubierto de cemento mis poros y ya mi piel no puede transpirar; los ríos por donde manaba el líquido vital se han ido secando aceleradamente en los últimos años; el hambre cunde por continentes enteros y los países poderosos compiten por controlar y apoderarse de los bienes que pertenecen a todos y todas.
- Hay muchas otras cosas que los seres humanos han estado inventando para su propio provecho sin mirar el mal que me causan; han creado monstruosas organizaciones para despojar a los más pequeños de sus riquezas; han manipulado con sus tecnologías todas las formas de vida; se han constituido en dioses y señores, olvidando que forman parte de la red de la vida.
- Pero, ¿hasta dónde podremos llegar sin que haya consecuencias desastrosas?
- Esa era la pregunta que me temía. Quienes tienen el poder de detener estas cosas no lo han hecho ni lo van a hacer pronto. Están tan ciegos que no se imaginan lo que va a ocurrir muy pronto.
- ¿Y qué es lo que va a ocurrir?
- Hijo mío, mejor duerme un poco. Cuando despiertes sabrás lo que está por pasar...
Desperté. No sé cuántas horas o días o años quedé inconsciente. Pero cuando volví a la realidad, otro mundo estaba ante mí. Con una brisa fresca, la Tierra anunció su presencia.
- Hola, hermano mío. Lamento decirte que para sobrevivir tuve que tomar una decisión muy drástica.
- Y, ¿qué es lo que ocurrió?, pregunté sorprendido.
- Mira a tu alrededor y dime que ves, qué escuchas, qué sientes.
- Veo plantas verdes y de todos los colores; también hay animales pequeños corriendo y jugueteando por los montes. Pero no veo edificios, ni autos, ni... humanos. ¿Dónde están mis hermanos y hermanas?
- Lamento decirte que casi todos perecieron junto con sus edificios y máquinas. Sólo han quedado unos cuantos miles de tu especie, que andan vagando por distintos lugares.
- Y, ¿qué fue lo que pasó?, volví a insistir.
- Tuve que cambiar la configuración y la composición de la superficie. Tuve que sacudirme con fuerzas provocando un gran terremoto. Ya los continentes no están divididos, ni las aguas separadas. Ya no hay fronteras entre los pocos humanos que sobrevivieron. Mientras les llegue el momento de reencontrarse, cada uno por su lado tendrá que hacer un camino de reconciliación conmigo y con cada una de las especies que encuentre mientras avance. Al final se encontrará consigo mismo y con otras personas que, aunque diferentes, sabrán convivir e iniciar una nueva forma de vivir.
Anda. Levántate. Inicia tu propio camino. Encuentra tu destino.