“El modo con que vemos el Universo en función de la ciencia moderna es el de una acción entre el principio del hábito, representados por los campos mórficos y un principio creador, representado por el flujo continuo de las cosas, que siempre está produciendo sorpresas. El Espíritu es, pues, una fuente de creatividad.”
(Rupert Sheldrake)
Cada ser porta dentro de sí un poder inmenso. Pequeños actos multiplicados pueden lograr inimaginables cambios. Una manifestación social, por ejemplo, es más que la suma de individuos caminando por una causa. Cada persona que participa en dicho evento, ejerce un poder sutil, una presión, un desafío frente a situaciones con las que no está de acuerdo. A un nivel más particular del ser humano, también son múltiples los ejemplos del poder sutil, que a su vez son alimentados con pequeños actos de gran trascendencia.
Sin embargo, todos estos pequeños actos son posibles solamente por el hecho de que cada ser posee actitudes y comportamientos, ya sean éticos o morales. En una sociedad moralista, los actos corresponden más bien a las normas comunes e institucionales. Pero una sociedad cimentada en valores éticos propicia el cultivo de valores desde la persona, desde sus intuiciones más profundas, desde su ser interior.
La Espiritualidad
La dimensión espiritual, tantas veces obviada, y hasta ridiculizada por muchas de las llamadas disciplinas científicas, deberá ser revalorada. Pero veamos de qué estamos hablando cuando nos referimos a lo espiritual o a la espiritualidad.
La palabra espiritualidad deviene de espíritu. Pero, ¿qué es el espíritu? La cultura occidental concibe al espíritu o a los espíritus como seres inmateriales, sin cuerpo, muy distintos a nosotros. De esta manera espíritu se opondría a materia. Por lo que al hablar de espiritualidad, según este concepto, estaríamos entendiendo a una persona o institución en la que no importa lo material, ni siquiera el cuidado de su propio cuerpo. Este concepto reduccionista y excluyente ha permeado por siglos la mentalidad de nuestras sociedades. Hasta la misma Real Academia Española de la Lengua define lo espiritual en referencia a una persona “muy sensible y poco interesada en lo material” (www.rae.es). No nos referimos a este significado.
Cuando hablamos de una espiritualidad de cara al siglo XXI, estamos dándole una significación más profunda. En las visiones ancestrales de los pueblos semitas y de nuestros pueblos indígenas, percibimos que el concepto es mucho más rico. En ellos no hay separación entre materia y espíritu. El teólogo brasileño Pedro Casaldáliga, quien ha profundizado en estos temas nos dice que “espíritu y espiritualidad -en el sentido que queremos darle a este concepto- son una dimensión esencial de la persona humana y patrimonio de cualquier existencia personal” (Casaldáliga: servicios koinonia.org).
Casaldáliga relaciona el término con los conceptos de vida, acción, fuerza, movimiento. En ese sentido, el espíritu no está fuera de la materia, de un cuerpo o de la realidad, ni se opone a ellos; sino que está dentro y les da vida, los mueve, los impulsa, los hace crecer y recrearse. En otras palabras, “el espíritu es, como el viento, ligero, potente, arrollador, impredecible. ...como el aliento, el viento corporal que hace que la persona respire y se oxigene, que pueda seguir viva. Es como el hálito de la respiración: quien respira está vivo; quien no respira está muerto. El espíritu no es otra vida, sino lo mejor de la vida, lo que la hace ser lo que es, dándole caridad y vigor, sosteniéndola e impulsándola” (Casaldáliga: servicios koinonia.org).
Los pueblos indígenas tienen mucho que decirnos de esta realidad que sienten como una experiencia totalizadora del ser. Para el pueblo maya, por ejemplo, realidades como Dios, el mundo, el cosmos, el ser humano, la comunidad... son expresadas de manera simbólica, más allá de la mera razón. Detrás de todas esas realidades hay una realidad más profunda que les da fuerza y vida, un misterio que lo envuelve todo (Bermúdez: 2004, 106). Para los kunas de Panamá es “purba” y tiene una connotación femenina, ya que según la tradición, el nombre de la primera mujer creada por Dios, Pursop, derivaba de este espíritu (Chapin: 1989, 17). El espíritu (Qollana Ajayu), en la tradición aymara, es la esencia vital de los productos del campo; espíritu eterno, espíritu santo, espíritu vital que da sentido a todas las cosas materiales (Valencia: 1999, 36).
La vida en todas partes y la danza del universo
“Las nubes toman todas las formas del universo, desde monstruos prehistóricos hasta las formas más simples y hermosas... esas fuerzas que son fractales y que las hacen tan multigráficas, tan adaptables a todo, baja en forma de gotas de lluvia que las puede tomar el organismo para danzar con todo el universo” (Payán: 2000, 116).
El espíritu, definido como fuerza, movimiento, actividad, podemos compararlo con las características de la vida Un ser vivo, con espíritu, tiene la capacidad de moverse, relacionarse, establecer redes y garantizar la continuidad de la existencia. Capra nos dice que cuando hablamos de una espiritualidad profunda, tenemos que referirnos al modo de conciencia por medio del cual experimentamos un sentido de pertenencia y de conexión con el cosmos y con la totalidad (Capra, 1998, 305). ¿Sólo los seres humanos somos capaces de sentir y expresar pertenencia y conexión? ¿De qué otra manera los demás seres experimentan su relación con el entorno?
Estas conexiones son las que nos interesa al adentrarnos en el tema de la Espiritualidad. Se trata de encontrar relaciones entre nosotros mismos como individuos y el resto de la humanidad y de la vida. Todas las cosas están conectadas, tanto el mundo del ciberespacio como la vida biológica. Esta es la danza del universo y el sentido de la vida misma: los saltos cuánticos de la salud y la enfermedad, el mundo de los demás y mi propio mundo; las palabras, las imágenes, los sonidos y todas las partículas virtuales que navegan sin límites de espacio ni tiempo cuando nos conectamos en las redes de la vida.
La Conciencia universal
No conocemos a profundidad la dimensión de la conciencia o la quinta dimensión (Payán, 2000, 127); sin embargo, sabemos que existe, no sólo en el plano humano, sino también en todos los seres vivientes. La conciencia implica una comunicación-comunión entre seres de la misma especie, pero también entre todas las entidades del universo, comunicación que permite la supervivencia y la co-evolución. En el plano humano, no es difícil imaginar las posibilidades creativas que tenemos cuando nuestras conciencias se conectan. Quisiera pensar que, como especie humana, aun tenemos la posibilidad de inclinarnos hacia el bien, hacia los valores de un nuevo paradigma social y científico. ¿Qué tal si un número considerable de sujetos comenzamos a pensar que el hambre puede ser erradicada? ¿Qué tal si comenzamos a creer que es posible vivir felices sin necesidad de armas y sin entrenarnos para la violencia? ¿Qué tal si una gran cantidad de humanos comenzamos a vivir armónicamente con nuestro entorno, aprendemos a dialogar con las flores, a compartir la tarde con la lluvia, a disfrutar de la compañía del sol o de la luna?
Fijémonos en las moléculas de agua cuando se les aplica fuego poco antes de hervir. Se siente una tensión, se percibe un trance repentino y luego toda la masa de agua comienza a danzar sincrónicamente. No supimos cuál fue el momento, ni cuál de las partículas provocó el torbellino. Pero sucedió. Así podemos mover la conciencia colectiva, remover arquetipos obsoletos, transformar culturas paralizadoras y sistemas verticales. Cuando una gran cantidad de seres interconectados potencien nuevas posibilidades.
Desesperanza y Superación de Dicotomías
Si bien la realidad de empobrecimiento que viven nuestros pueblos, conlleva una pérdida de esperanza y desalienta las luchas de los pueblos; muy por dentro se mueven energías y fuerzas invisibles que mantienen la resistencia y el deseo de que “otro mundo es posible”. Un ejemplo claro de ello, son los encuentros multitudinarios del Foro Social Mundial, que reúne periódicamente a innumerables organizaciones sociales de todo el mundo en torno a la esperanza. La sociedad organizada, las comunidades vivas, los y las militantes de diversas causas se reúnen a debatir y plantearse salidas alternas a la actual situación.
Todo este movimiento es posible gracias al espíritu que irradia en la humanidad que prefiere la vida antes que la muerte; la convivencia con la naturaleza antes que la destrucción progresiva del planeta; el derecho a ser diversos frente al pensamiento único. El éxito de estos y otros movimientos ha sido gracias a las relaciones que se van desarrollando en torno a causas comunes y diversas, pero que en el fondo persiguen nuevos y antiguos valores de justicia, respeto, cooperación y fraternidad. Son procesos de vida, que nacen del auto-descubrimiento de nuestras realidades humanas de seres necesitados (Hinkelammert y Mora, 2003), pero también con capacidades.
En su obra Macrometanoia, Antonia Nemeth-Baumgartner, hace una bella síntesis de la necesidad que hay actualmente de superar toda dicotomía y pensar en la auto-transformación humana como proceso conducente hacia una nueva realidad planetaria. En su explicación del concepto Metanoia, se refiere a procesos de purificación, cambios, alumbramiento, resurrección, transformación, que nos lleva a una nueva situación de claridad, a una comprensión desde el corazón (Nemeth-B., 1994, 28).
Nemeth agrega el prefijo “macro” al concepto anterior ya que implica una dimensión mucho más allá del individuo; significa un proceso recursivo entre el sujeto humano y su ambiente. Para ello, tenemos que aprender de nuestros antepasados que concebían al ser humano como parte del universo y no como dueño del mismo. Un ejemplo claro de esa visión la tenemos en el discurso del cacique Seattle a mediados del siglo XIX, cuando el gobernador de Washington le propuso comprarle el territorio que habitaban:
“Una cosa sabemos: que la tierra no le pertenece al hombre. Es el hombre el que pertenece a la Tierra. De eso estamos ciertos. Todas las cosas están relacionadas entre sí como la sangre que une a una familia. Todo está relacionado. Lo que hiere a la Tierra, hiere también a los hijos de la Tierra. No fue el hombre el que tejió la trama de la vida: él es sólo un hilo de la misma. Todo lo que haga con la trama se lo hará a sí mismo” (en Boff, 2002, 276).
Lo anterior significa que tenemos que hacer un diálogo honesto y sincero con nuestro interior, con el corazón, con lo más profundo de nuestra humanidad; a fin de que conectemos nuestras energías más poderosas con el entorno y hagamos que la red de la vida nos conduzca hacia los cambios que precisamos. Para ello tenemos que inflarnos con el amor, esa fuerza “que envuelve y sostiene armónicamente el mundo” (Nemeth-B., 1994, 45).
Eco-Espiritualidad
¿Por qué murieron más de 200,000 personas en el sudeste asiático, luego de los tsunamis, mientras que la gran mayoría de los animales lograron desplazarse de los lugares peligrosos y salvar sus vidas? ¿No será acaso que todos los seres del planeta están íntimamente comunicados, mientras que el ser humano ha perdido la capacidad de sentir, pensar y relacionarse con la tierra y sus habitantes?
Esto no es casual, tomando en cuenta el paradigma mecanicista que ha dominado la civilización occidental desde el siglo XVII, con Descartes y sus seguidores. La naturaleza pasó de sujeto a ser un simple objeto de estudio y de explotación por la mano del ser humano, específicamente del hombre. Solamente las culturas llamadas “primitivas”, “atrasadas” o “subdesarrolladas” han logrado mantener algún grado de armonía con el entorno.
Una de las hipótesis más extendidas últimamente en la comunidad científica y en algunas culturas es la que se refiere a la Tierra como un organismo vivo (hipótesis Gaia). Según esta visión, tanto la tierra como todo el universo está formado por una trama de relaciones. El ser humano, como parte de este universo, es apenas uno de los nudos o puntos de relación con el universo. Esto afirma la teoría de Prigogine de los sistemas abiertos. La naturaleza se presenta como un proceso de autotrascendencia, lo que implica autoorganización e interdependencia con los demás sistemas circundantes.